Eugenio Fernández Granell y la Izquierda Comunista de España. 1931-1935 (Pelai Pagès)

Uno de los aspectos menos conocidos de la polifacética personalidad de Eugenio F. Granell ha sido el que se refiere a su militancia política en los años de la Segunda República.

Fueron los años de su juventud, de su formación personal y profesional, de los interrogantes que un joven se plantea siempre ante la realidad que le envuelve y el inmediato futuro, y coincidieron con un período irrepetible en la historia de España : los años republicanos fueron un estallido de creatividad, de búsqueda de soluciones, de libertad sin límites, de esperanzas y anhelos, como no se habían producido en ningún otro momento de la historia reciente de España. Por fin parecía que se podrían concretar los proyectos de reforma que pasaban por convertir España en un país moderno, progresista, donde los privilegios de unos pocos quedaran supeditados a los intereses de la mayoría, donde se avanzara en la consecución de la justicia social y España acabase siendo un país más justo, igualitario y solidario. Las expectativas que generó la proclamación de la Segunda República, justamente en abril de 2006 se cumplen 75 años, fueron enormes y es muy ilustrativo que el mismo día de la proclamación y los días siguientes todas las ciudades y pueblos de España vivieron una auténtica fiesta popular y un estallido de alegría sin precedentes. Se acababa de pasar página a una etapa de la historia reciente –se salía de la dictadura de Primo de Rivera- y se abría un período, lleno de retos y de dificultades, pero no exento de ilusiones populares. Sin embargo, al fin, los privilegiados de siempre no pudieron ni quisieron renunciar a ninguno de sus privilegios históricos y, con la colaboración de un sector del ejército español, y la alianza internacional de los fascismos europeos, acabaron poniendo en marcha un golpe de estado militar que degeneró en una guerra civil de tres años de duración.

Fue en este marco, esperanzador y conflictivo al mismo tiempo, que se desarrolló la militancia política de Eugenio, en una organización política pequeña y radical, de corte comunista pero antiestalinista, que había surgido como consecuencia de la conflictos generados por el ascenso de Stalin en la Unión Soviética y por la estalinización que sufrió la URSS y el movimiento comunista internacional. Un sector del Partido Comunista, en la misma URSS, se alineó con Trotski, el dirigente máximo de las jornadas de octubre de 1917, creador del ejército rojo y compañero de Lenin en los tiempos gloriosos de la revolución, para enfrentarse a la política de Stalin. Pero su derrota, a partir de 1927, la deportación  que sufrió Trotski a Alma Ata a partir de enero de 1928 y su posterior expulsión de la URSS en 1929, proyectaron  la polémica a nivel internacional. A partir de mediados de los años 20 en muchos partidos comunistas europeos y asimismo en el propio Partido Comunista de España se habían manifestado grupos de militantes opuestos a la política de Stalin y de las respectivas direcciones, que fueron configurándose como los opositores antiestalinistas, partidarios de las posiciones que defendía Trotski. Muy pronto estos militantes fueron conocidos como “trotskistas” en el lenguaje político del momento.

La Izquierda Comunista de España y la militancia de Granell 

Los primeros conflictos derivados del ascenso de Stalin en la URSS se manifestaron relativamente pronto en España, como en el resto del movimiento comunista internacional. Ya en 1926 aparecieron en la prensa del PCE las primeras noticias de la existencia de una Oposición contra Stalin en Rusia, pero no fue hasta finales de 1927 cuando la dirección del PCE empezó a publicar informaciones sobre los acontecimientos rusos tomando partido abiertamente a favor de Stalin y en contra de la Oposición rusa (1). La aparición de estas noticias coincidió también con las divisiones que empezaron a surgir en el seno del PCE. En plena Dictadura de Primo de Rivera, a partir de 1926 se dio a conocer una oposición española a la dirección del Partido Comunista  que criticaba básicamente la falta de democracia interna en el Partido y las arbitrariedades que cometían José Bullejos, Gabriel León Trilla y Manuel Adame, los máximos dirigentes del Partido. Curiosamente, las críticas de los oposicionistas españoles coincidían plenamente con las de la Oposición rusa.

Fue en el marasmo de los últimos años de la Dictadura de Primo de Rivera y durante la transición que a partir de enero de 1930 condujo a la instauración de la Segunda República española, que, en plena disgregación del PCE, se dieron a conocer los primeros grupos trotskistas españoles. De hecho uno de los primeros casos –y, sin duda, el más emblemático- fue el de Andreu Nin, que residía en Moscú desde 1921, y había participado activamente en la construcción del movimiento sindicalista ruso posterior a la revolución, desempeñando importantes cargos directivos. Miembro de la Oposición de Izquierda en la URSS, al menos desde 1927, había sido apartado de sus responsabilidades progresivamente y, ante la crisis de la Dictadura de Primo de Rivera en España, había exigido su salida de la URSS de manera insistente. Hasta que, finalmente, lo consiguió en agosto de 1930.

Sin embargo, los primeros grupos trotskistas españoles surgieron en el exilio francés  y belga, a finales de 1929, animados por un obrero vasco, pintor de la construcción, Francisco García Lavid, que había militado en el PC de Vizcaya y durante unos años, entre 1925 y 1927, también había residido en la URSS. En febrero de 1930 se celebró en Lieja (Bélgica) la primera Conferencia Nacional de la Oposición Comunista española, a la que participaron grupos procedentes de Francia, Luxemburgo y Bélgica y al mismo tiempo, García Lavid entró en contacto con dirigentes comunistas que en los años anteriores se habían distanciado del PCE. Especialmente significativos fueron los contactos que mantuvo con Juan Andrade, uno de los iniciadores del primer Partido Comunista español, en la temprana fecha de 1920, y quien durante muchos años fue el director de su periódico “La Antorcha”.

De todas maneras, no fue hasta la proclamación de la República, el 14 de abril de 1931, cuando se articuló de manera definitiva la organización de los primeros trotskistas españoles. La instauración del nuevo régimen permitió el regreso de la mayoría de exiliados, que se habían visto forzados a abandonar España por la Dictadura de Primo de Rivera. Andreu Nin, por su parte, había llegado a Barcelona desde la Unión Soviética, en septiembre de 1930. Desde 1929 se habían empezado a publicar también las primeras obras de Trotski en español, donde se criticaba abiertamente la política de Stalin. En 1929 la editorial Cenit de Madrid, que había fundado Juan Andrade, había publicado el libro La revolución desfigurada, en versión de Julián Gómez “Gorkin”. Y en los años sucesivos se dieron a conocer otros libros y obras históricas y teóricas de Trotski, donde el revolucionario ruso se manifestaba extraordinariamente crítico con Stalin al tiempo que ofrecía alternativas para enderezar el movimiento comunista internacional. Desde abril de 1930 existía un Buró Internacional de la Oposición de Izquierda que tenía como objetivo vehiculizar las propuestas políticas e ideológicas de Trotski a escala internacional.

En este contexto, tras la proclamación de la República,  los trotskistas españoles se organizaron políticamente en dos fases. En junio de 1931 celebraron en Madrid la II Conferencia Nacional, en la que definieron sus posiciones políticas frente a la nueva realidad en que se hallaba España y se presentaron como “fracción” del movimiento comunista español. Unos meses más tarde, en la III Conferencia, que se celebró también en Madrid, en marzo de 1932, cambiaron su denominación, de Oposición Comunista de España pasaron a llamarse Izquierda Comunista de España y se presentaron como una organización política dispuesta a ganar terreno y a competir con el Partido Comunista de España (2).

Fue justamente en esta III Conferencia cuando aparece por primera vez públicamente como militante trotskista Eugenio Fernández Granell, un joven Eugenio de 19 años que, desde su Coruña natal había llegado a Madrid y, en 1932 estaba estudiando violín en el Conservatorio de Música de la capital de la República. Aunque las crónicas de la Conferencia no destacan que tuviera una especial actuación en este encuentro existe una fotografía emblemática en la que aparecen la treintena de delegados que participaron en la reunión y en el fondo, apoyado en la pared, con el nudo de la corbata desabrochado, y con mirada observando al infinito, o al lejano objetivo de la cámara, aparece Eugenio. Casi sobre su cabeza estaba colgado el cartel de “el Soviet”, que lejos de señalar, aunque podía parecerlo, que los reunidos se hallaban constituidos como el “soviet” de la revolución española, en realidad se refería al título del semanario que la Izquierda Comunista publicaba desde Barcelona.  No lejos de él, a un lado, aparecían Francisco García Lavid y el padre de éste, tocado con boina, y al otro lado se hallaba el militante francés Pierre Naville, que había asistido a la conferencia oficiosamente como representante del Secretariado Internacional de la Oposición. Era evidente que los acontecimientos españoles empezaban a despertar un enorme interés entre toda la clase obrera europea.

Esta primera aparición pública de Eugenio como militante de la Izquierda Comunista hay que inscribirla en el grupo trotskista de Madrid que, desde los inicios de la organización no sólo era el más activo sino que además era el más numeroso y sobre el que recaía la publicación de la revista “Comunismo”, el órgano teórico de la organización, que había empezado a publicarse en la temprana fecha de mayo de 1931, con un alto contenido teórico y político, y que, dirigido por Juan Andrade, poseía un enorme prestigio intelectual. En el grupo madrileño Granell compartía militancia no sólo con Andrade y García Lavid, también figuraba en él otro militante de origen gallego y brillante teórico del partido como era Enrique Fernández Sendón “Fersen”, procedente de Santa Eugenia de Ribeira, Luis García Palacios, antiguo militante de la Agrupación Comunista de Madrid y dirigente de la Federación Española de Trabajadores de la Banca de la UGT, la compañera de Andrade, Mª Teresa García Banús, de origen valenciano y emparentada con el pintor Sorolla,  el pintor de la construcción Enrique Rodríguez Arroyo, que llegó a ser el secretario de la sección de la Izquierda Comunista de Madrid, o el mexicano-extremeño Manuel Fernández-Grandizo, más conocido como Munis.

Entre el centenar largo de militantes que la Izquierda Comunista tuvo en Madrid habría que contabilizar también a los dos hermanos de Eugenio, Julio y Mario. Pero, a diferencia de Eugenio, sus dos hermanos pasaron a militar en la Izquierda Comunista en fecha un poco más tardía, puesto que estaban militando en el Partido Comunista de España cuando, en junio de 1933 fueron expulsados de la organización del radio Sur de Madrid del Partido oficialmente “por haber organizado una fracción trotskista” en su seno (3). Julio era empleado de banda y Mario trabajaba como dependiente de pescado y formaba parte, como secretario, de la directiva de la Sección de Dependientes de Mayoristas de Pescado de Madrid. Los tres hermanos Granell, pues, en los años republicanos pasaron a militar en la Izquierda Comunista y, a partir de 1935, al fundarse el POUM, militaron también en el nuevo partido.

Que la militancia de Eugenio en el seno de la Izquierda Comunista no era fortuita ni casual lo demuestra el hecho de que poco después de la III Conferencia, en mayo de 1932, fue detenido en Madrid, junto a García Lavid y a Alberto Fernández, otro militante originario de Galicia y ferroviario de profesión, aunque su detención no fue muy duradera (4). Justamente desde la prisión celular de Madrid, y fechado en el mes de mayo de 1932, Eugenio escribía un primer artículo, que publicó el semanario “El Soviet”  y que representa una dura crítica a la disciplina a que los Partidos Comunistas sometían a su militancia y especialmente a las juventudes del partido (5). Es especialmente interesante este artículo porque recoge la perspectiva política e ideológica del joven Granell sobre el funcionamiento que debían tener los partidos comunistas para ser verdaderamente democráticos. A propósito de las expulsiones que se estaban produciendo en el seno de las Juventudes Comunistas, planteaba la necesidad de que los partidos funcionasen a partir del “centralismo democrático” : “la democracia comunista constituye la garantía de que los acuerdos que se toman, las resoluciones que se adopten, etc. no son imposiciones caprichosas que es preciso acatar mansamente, sino que se aceptan después de un amplio y detenido examen, de una sincera y metódica discusión por parte de la base”.  A este principio básico se oponía la actitud de aquellos que querían “imponer los acuerdos dictatorialmente desde arriba”, que era lo que ocurría casi siempre. Y cuando alguien criticaba a la dirección era acusado de indisciplina : “Es preciso, pues, obedecer. El que obedece sin chistar, aunque no esté conforme con las tareas que se le imponen a la organización, no se sale de la línea y no incurre en el delito de indisciplina”. Contra esta práctica, para Granell “un verdadero comunista se hace en la lucha diaria, en la discusión amplia y libre de todos los problemas que se planteen”. El problema que existía en la Internacional Comunista desde la muerte de Lenin y que afectaba a todos los partidos comunistas que dependían de la órbita stalinista era que “en realidad no existe democracia, los acuerdos de los comités superiores tienen que ser impuestos por la fuerza. Si no se aceptan ampliamente, si se les hace la menor objeción, si se intenta criticarlos, supone “salirse de la línea”, colocarse frente a la Internacional (que por este precedimiento se la ha convertido en una especie de organismo revestido de cierta infalibilidad papal) y se cae de lleno en el terreno de la indisciplina”.

Para evitar la degeneración que comportaba esta práctica y que conducía a los partidos comunistas a una caída en picado hacia el abismo, la única solución era recuperar la democracia y la auténtica disciplina en el funcionamiento de la Internacional. En palabras de Granell : “Es preciso no confundir la disciplina consciente comunista con la disciplina mecánica de los cuarteles de caballería. Es preciso no confundir la disciplina consciente comunista con la obediencia jesuítica. Es preciso no confundir la disciplina consciente comunista con la mansedumbre borreguil”. En la perspectiva política e ideológica en que se situaba Granell y con él la Oposición Comunista de izquierdas, la única solución para enderezar la situación era acabar con la burocracia stalinista, con los hábitos que imponía y que hasta ahora habían conducido a la clase obrera de derrota en derrota.

Las actividades de Eugenio F. Granell en la Izquierda Comunista

Pero fue a lo largo de 1933 cuando hallamos una mayor intervención de Eugenio en la vida política pública como militante de la Izquierda Comunista. El año 1933 fue, por muchas razones, un año importante en la vida política española y también a nivel internacional. Por una parte, porque a los dos años de haberse instaurado la República, el entusiasmo que habían manifestado muchos sectores de las clases populares españolas respecto al nuevo régimen se había disipado en buena parte. El primer gobierno que se constituyó a partir de la celebración de las primeras elecciones constituyentes, de junio de 1931, presidido por Manuel Azaña, y formado por republicanos de izquierda y socialistas, manifestó abiertamente sus limitaciones reformistas. Tenía que ser el gobierno de las grandes transformaciones políticas y sociales, el que asumiera el reto de modernizar España y llevara a cabo las reformas tantos años esperadas. Pero a la hora de la verdad las reformas fueron mucho más tímidas de lo que muchos habían deseado. Y en enero de 1932 los anarquistas –que habían vivido una auténtica luna de miel con la República- protagonizaron el primer levantamiento revolucionario, que repitieron un año más tarde. La reforma agraria –auténtica piedra de toque del reformismo republicano- tampoco cubrió las expectativas que había generado y en el verano de 1933 se produjeron las grandes huelgas protagonizadas por los campesinos que pusieron de relieve la enorme frustración campesina respecto a la reforma agraria. Mientras, en la temprana fecha de agosto de 1932, la derecha protagonizaba el primer intento de golpe de estado contra la República. Si, por una parte, las reformas republicanas no satisfacían a los sectores obreros y populares, por otra parte habían colocado ya a sectores de la derecha y del ejército claramente en una posición involucionista en contra del nuevo régimen.

En el ámbito internacional el año 1933 conoció un acontecimiento que conmocionó a Europa y al mundo : en enero se producía el ascenso al poder de Hitler en Alemania y en menos de medio año el partido nacionalsocialista alemán ponía fin a la experiencia democrática de la República de Weimar e instauraba un régimen de partido único que, de manera inmediata, instauró una de las dictaduras más feroces de Europa. Era el segundo eslabón de una cadena que se había iniciado en Italia, en 1924, con la llegada al poder del fascismo, y, en el marco de la profunda crisis económica que vivía Europa y el mundo capitalista desde 1929,  amenazaba a otros países europeos. Y lo más relevante de la experiencia alemana era que Hitler había llegado al poder a través de las urnas.

No hay que extrañar, pues, que en todos los debates políticos que se celebraron en España a partir de 1933 la experiencia alemana pase al primer plano, puesto que era evidente que lo que había pasado en Alemania se podía reproducir en cualquier otro país europeo. De hecho la democracia en Europa estaba viviendo un claro proceso regresivo desde la crisis de la primera postguerra mundial y la gran depresión de los años 30 amenazaba aún más los regímenes parlamentarios. Los países más amenazados eran aquellos que, como España, tenían una escasa tradición democrática y sus instituciones parlamentarias aún no se hallaban suficientemente consolidadas.

Fue en este contexto que el 27 de marzo de 1933 se había convocado en el “Salón Luminoso” de Madrid una asamblea que inicialmente estaba prevista para la organización de unas “milicias antifascistas” pero que, al anunciarse la próxima celebración de un Congreso internacional antifascista, finalmente la asamblea se convocó a fin de crear un ambiente general de lucha antifascista, constituir un amplio “frente nacional antifascista” y celebrar un Congreso nacional en breve (6). Según la información de que disponemos el salón se hallaba atestado por unos dos mil obreros. El informe inicial lo expuso un antiguo teniente de la guardia civil, de nombre Galán, que ahora militaba en el Partido Comunista, y que defendió la posición oficial del PCE al respecto, acusando a los socialistas y a la socialdemocracia de allanar el camino al fascismo y señalando la imposibilidad de una unión entre los comunistas y los socialistas para luchar contra el fascismo.

Tras la intervención de Galán, habló Eugenio, que expuso las posiciones de la Izquierda Comunista. Tras salir al paso del error consistente en creer “que en España no es posible que surja el peligro fascista”, explicó que efectivamente se daban ya las condiciones para que el fascismo se desarrollase y señaló que “en el campo son precisamente las organizaciones de la UGT las que van a la cabeza de la revolución agraria”.  Según la crónica disponible del acto, Granell siguió destacando que “para la burguesía comienza a constituir un peligro la existencia de organizaciones obreras. Si se quiere evitar que el fascismo, en un mañana próximo, constituya una realidad trágica, hay que lograr por todos los medios la constitución de un fuerte frente único de organizaciones proletarias”.  En una segunda intervención en el acto –de réplica a Galán, que volvió a acusar a los socialistas de asesinos de obreros-  insistió en la necesidad de que fuesen las masas obreras, las bases de las organizaciones, quienes impusieran el frente único a sus jefes : “Si la burguesía está en el poder se debe a la división que hay en el campo obrero. Es preciso encontrar y convencer a las masas de una línea justa que las conduzca al triunfo, y este camino sólo puede hallarse a través de una crítica constante de las diversas tendencias”. La alternativa residía, según Granell, en conseguir una unión en la lucha contra el fascismo y para ello “es preciso llegar a un acuerdo entre las organizaciones obreras representativas”. Eran los tiempos en que los partidos comunistas de corte stalinista acusaban a los socialistas de ser “socialfascistas” y sólo contemplaban la existencia de un frente único obrero, “por la base”, al margen de las direcciones de los partidos. En su última intervención en la asamblea Eugenio insistió en que “el frente único de organización no quiere decir sólo con los jefes o sólo con la base, sino simplemente con la organización en su conjunto” e hizo una proposición para que en la próxima asamblea que se celebrase la cuestión del frente único figurarse en el orden del día. Sin embargo, Galán se ocupó de rechazar la proposición, señalando que el asunto se había debatido suficientemente.

Cuando al domingo siguiente, día 2 de abril, se celebró una nueva asamblea, que también fue conducida por Galán, la participación de Eugenio se situó en un segundo plano, puesto que fue otro militante de la Izquierda Comunista de Madrid, Marino Vela, quien llevó la voz cantante para exponer las posiciones defendidas por los trotskistas españoles (7).

Sin embargo, antes de que acabase el año Eugenio escribió un nuevo artículo en el que bajo el título El Partido Comunista y el fascismo ponía de relieve las contradicciones en que incurrían los stalinistas en el momento de enfrentarse a los avances que estaba experimentando el fascismo en toda Europa (8). Su crítica inicial se centraba en las directrices que daban el propio Stalin y el máximo dirigente del sindicalismo comunista a escala internacional, Alexander Losovski, que ahora unía a las responsabilidades de la socialdemocracia las del anarquismo para explicar el ascenso del fascismo, hasta tal punto que si en el lenguaje stalinista el socialismo se había convertido en el “ala moderada del fascismo”, el anarcosindicalismo había evolucionado también hasta devenir “anarcofascismo”.  Ante unos y otros el Partido Comunista se había impuesto señalar el rumbo a la clase obrera. Pero, según Granell, “desgraciadamente, el stalinismo es una escuela de pésimos timoneles” , “identificar el fascismo con el anarquismo es no sólo una inconsecuencia política, sino además una monstruosidad teórica. El anarquismo no presenta ni una sola de las características del fascismo”. En el análisis que realiza Eugenio ambos movimientos se hallan en la antítesis, puesto que “el fascismo constituye el último tablón de que el capitalismo echa mano para salvarse del hundimiento total”, mientras “el anarquismo, por el contrario, corresponde a los primeros pasos inseguros que da la clase obrera en su rebelión intuitiva contra el orden de cosas burgués”.  Crítico también con el anarquismo, pero consciente que “los obreros que ven a sus jefes que ocupan cargos en la dirección de sus organizaciones lanzarse a la calle cargados de bombas y pistolas, arriesgando imprudentemente su vida, no pueden creer, por mucho que se les grite, que les están traicionando”, Granell centraba su análisis en el caso español, sobre todo después de la experiencia alemana. En España los primeros brotes de fascismo habían aparecido en marzo de 1933 (“intento de manifestación con camisas verdes, sucesos provocados por los estudiantes reaccionarios en la Universidad Central, salida del primer número de El Fascio…”) animados por los acontecimientos alemanes. Estas primeras manifestaciones forzaron a los dirigentes socialistas españoles “a declarar que están dispuestos a impedir por todos los medios el avance del fascismo”. Para Granell, sin embargo, “el liberalismo extremista del anarcosindicalismo” y, al mismo tiempo, “la verborrea democrática del reformismo constituyen un serio obstáculo que se antepone a la organización de la clase obrera para la lucha antifascista”.  En España, ante el peligro fascista, las masas son víctimas de “la esterilidad anarquista, de la demagogia calculadora del reformismo y del ultimatismo staliniano”.  Si, por una parte, “el antiautoritarismo anarcosindicalista no reconoce diferencia alguna entre que sea la burguesía o el proletariado quien ocupe el poder”, por la otra “la misión del stalinismo reside en procurar por todos los medios que el confusionismo no se disipe”.

Pero ante la debacle que representó Alemania, Granell tenía claro que la política del Partido Comunista debía ser abandonar “el frente único por abajo” y buscar el entendimiento con socialistas y anarquistas, aunque era consciente que “el stalinismo teme enfrentarse con las demás organizaciones obreras”, y que por ello defendía un “frente abigarrado, en el cual se confunden los intereses de clase del proletariado con los de la pequeña burguesía, en el cual la independencia política y orgánica del proletariado se hipoteca por la adquisición de unas cuantas individualidades”.  Haciendo gala de un profundo conocimiento de los principios estratégicos y tácticos del leninismo, Granell defendía que “la dirección de la clase obrera pertenece solamente al Comunismo. Solamente la independencia de la clase obrera puede constituir una garantía que ésta ofrezca a la pequeña burguesía urbana y a los campesinos. Confiscar la independencia de clase del proletariado es una traición más que hay que apuntar en el haber del stalinismo”.  Por esta razón era especialmente mordaz con la política que desarrollaba el Partido Comunista, ya que en Alemania “el frente único sólo por abajo” después del triunfo de Hitler se está llevando a cabo “en las cárceles, en los campos de concentración, en los cementerios”. Mientras que “el frente único proletario impedirá la derrota del proletariado y contribuirá a asegurar el triunfo de la revolución proletaria. Sobre el frente único staliniano, nosotros propugnamos el frente único leninista”.

Si la política a seguir frente al ascenso del fascismo, en España y en Europa, fue uno de los temas de debate permanente en 1933 y en los años siguientes, el otro tema, bastante recurrente, por otra parte, era el de la unidad comunista. Un tema que en España se planteó desde el mismo año 1931, al proclamarse la República, a causa de la dispersión y de las divisiones que existían tanto en el movimiento comunista internacional como en el español. Ciertamente, el ascenso del stalinismo en la URSS y en Europa había propiciado que, además de la oposición trotskista, apareciesen otras oposiciones a la política stalinista, a menudo situadas a la izquierda del PCE. En España, además del PCE oficial y de la Oposición de Izquierda, el inicio de la República había posibilitado la ruptura de la Federación Comunista Catalano-Balear, dirigida por Joaquín Maurín, con la Internacional Comunista, que propició la constitución del denominado Bloque Obrero y Campesino y de la Federación Comunista Ibérica, una organización que en Cataluña fue mayoritaria y además tenía implantación en otras zonas del estado (9) .

Como ya he puesto de relieve, al iniciarse la República, la oposición trotskista se presentaba como “fracción” del Partido Comunista, un partido que desarrolló una política extraordinariamente izquierdista y aventurera, proclamando la constitución inmediata de soviets para iniciar la revolución y acusando, como vimos, a socialistas y anarquistas de filofascistas. Respecto a la Oposición el trato que le daba el PCE no era mucho mejor. En marzo de 1931 una publicación comunista trataba a los miembros oposicionistas como de “renegados que la Rusia soviética expulsó de su suelo” (10). Cuando en agosto de 1932 la Internacional Comunista decidió prescindir de la dirección del PCE –Bullejos, Trilla, Adame- que fue acusada de “dirección sectaria” y la substituyó por un equipo encabezado por el comunista sevillano José Díaz, en realidad no modificó sus posiciones políticas. En todos los temas importantes, tanto en los referidos a España como a nivel internacional, defendieron las mismas posiciones políticas y lo siguieron haciendo hasta el viraje que llevó a cabo la Internacional en julio-agosto  de 1935, en el VII Congreso en el que definió, a propuesta de Dimitrov, la formación de los Frentes Populares.

Por sus orígenes, por el proyecto político que defendía, por su propia naturaleza política, la ICE siguió siempre muy de cerca la evolución de la Unión Soviética, de la Internacional y del Partido Comunista. Y ello explica las críticas que le dedicaba. Especial interés tiene el artículo que Granell publicó en febrero de 1933, bajo el título de «Un paso adelante hacia la unificación de las filas comunistas» (11). En él planteaba inicialmente la necesidad de revisar toda la política que la Internacional Comunista estaba llevando respecto a España a causa del “fracaso rotundo de la política staliniana en la revolución española”, puesto que el desarrollo de los acontecimientos españoles no se estaba produciendo como preveían “los sabios marxistas que actualmente rigen el movimiento comunista”. Con una cierta ironía Granell se refería a las enseñanzas fatuas y a la vacua mentalidad de la escuela Bujarin-Stalin, que sólo conducía a errores de percepción que, además, nunca se corregían e inevitablemente llevaban al aislamiento del Partido de las masas trabajadoras como consecuencia de tantos errores políticos. Los llamamientos de los “burócratas stalinianos” para que al Partido Comunista afluyeran millares y millares de obreros y campesinos eran contemplados por Eugenio también con evidente ironía : “lanzarse a la conquista de las masas para el Partido con la actual política que lo orienta es algo así como disponerse a cazar tigres de Bengala con papel atrapamoscas”.  “Para conquistar a los obreros (…) –escribe más adelante- la cosa es mucho más sencilla. En Mundo Obrero se publica una circular aconsejándoles que se afilien al Partido Comunista, y ya está. Si no se adhieren, peor para ellos; el Partido bastante hace con abrirles sus puertas”.

Porque para Granell estaba claro que “el divorcio entre las masas y el Partido es el fruto de la falsa política llevada a cabo por la I.[nternacional] C.[omunista] en todo el mundo durante estos últimos tiempos” y que “la política staliniana es una cadena ininterrumpida de eslabones podridos”. En este punto, Granell describía la situación a que había llegado la propia Unión Soviética, bajo la hégira de Stalin, con tintes muy realistas y dramáticos :

“El Plan Quinquenal ha conducido a la U.S. a una situación crítica. El nivel de vida de los trabajadores rusos desciende sin cesar, el antagonismo entre la ciudad y el campo se agudiza; sin dar la menor explicación (aquí reside el temor a reconocer abiertamente los errores) se restablece el mercado libre : el kulak y el burócrata son los únicos que se benefician de una situación desastrosa. Los viejos bolcheviques, alucinados momentáneamente por la falsa aureola de la construcción socialista en un plano nacional, vuelven sus ojos, anhelantes, hacia la Oposición de Izquierda. Cada vez son más los miles de oposicionistas que emprenden el camino del destierro. Con el régimen zarista, Siberia era el lugar que inevitablemente habían de conocer los revolucionarios. La burocracia staliniana, tanto más insensata cuanto más incapaz, repite la historia. Los miles de bolcheviques leninistas exiliados en Siberia deben de retornar a la URSS. Su retorno constituye la única garantía de que la U.S. volverá al cauce del que nunca debió haber salido, al frente de lucha de la revolución proletaria mundial, en el que Lenin y Trotsky la dirigieron triunfalmente”.
El panorama internacional que se dibujaba en el movimiento comunista internacional tampoco era nada halagüeño : a la catástrofe sufrida en Alemania, se añadía la pérdida de influencia experimentada por el PC francés, la inflexión a la baja sufrida en Inglaterra –donde el PC pasó de 15.000 a 5.500 miembros en pocos años-, o el panorama que presentaban los partidos comunistas sudamericanos o el PC indio.

Ante la panorámica general que ofrecía el movimiento comunista internacional, Granell ofrecía como un gran paso hacia la salvación de la Internacional Comunista “el dado por numerosas células del P.C. oficial y todo el Radio Sur de Madrid al pronunciarse por la celebración de un Congreso de unificación comunista”. Su alternativa, en nombre de la Izquierda Comunista, era precisamente este Congreso de unificación :

“Hemos luchado y luchamos denodadamente por que la celebración de un amplio y democrático Congreso de unificación comunista sea un hecho. En el Partido oficial se desarrolla con insistencia un movimiento en tal sentido. Las células y Radios deben de seguir al Radio Sur, apoyar sus proposiciones y procurar por todos los medios que el Congreso de unificación, saboteado sistemáticamente por los dirigentes nacionales e internacionales, llegue a plasmarse en una realidad provechosa al desenvolvimiento de la revolución proletaria española, ya que de él saldrá el verdadero Partido Comunista unificado que el proletariado español precisa para orientarse con pasos firmes por el camino del triunfo”.

Ni que decir tiene que las expectativas de Eugenio Granell y de la Izquierda Comunista de que la Internacional Comunista aceptase la celebración de un Congreso de unificación jamás se vieron cumplidas.

Cuando la Izquierda Comunista se planteó la celebración de una Conferencia Nacional para el 30 de diciembre de 1933, que finalmente no se celebró, Eugenio escribió para su discusión un proyecto de Tesis sobre la situación internacional muy interesante, que, al margen de cualquier otra consideración ideológica y política, pone de relieve el profundo conocimiento y la capacidad de análisis político que demostraba Eugenio ante los problemas internacionales (12). En doce párrafos repasaba la situación mundial desde la crisis que sufrió el mundo capitalista en octubre de 1929 que dio pié a la gran depresión de los años 30 hasta las expectativas revolucionarias que aún existían. Tras destacar el papel de la revolución alemana en el contexto internacional –“del triunfo o del fracaso del proletariado alemán dependía el curso de la revolución mundial”- y las consecuencias que generó el triunfo del fascismo en éste país –“a consecuencia del triunfo del fascismo en Alemania está hoy en peligro la revolución rusa, la más alta conquista del proletariado mundial”-, hacía referencia al papel que estaba desempeñando la burocracia stalinista a nivel internacional –“la burocracia stalinista que por no agravar la situación interior de la URSS, ha venido traicionando la revolución mundial en estos años decisivos”-. Su última tesis planteaba la necesidad de una recomposición del movimiento obrero para abordar los retos del inmediato futuro :

“La bandera de la revolución abandonada en el momento en que los mayores problemas pesan sobre el proletariado, la experiencia de la crisis mundial ha demostrado, en forma que no deja lugar a dudas, que el movimiento obrero revolucionario tienen que reconstruirse en vistas a un nuevo programa. Pero esta reconstrucción que supone un proceso largo, ha de hacerse sobre la marcha, acometiendo simultáneamente los grandes problemas de que depende el porvenir inmediato del proletariado. Hay que luchar contra la guerra (por lo cual se entiende también la defensa de la URSS) y contra el fascismo. La II y la III Internacionales se evaden de esta lucha. Tienen que acometerla de una manera urgente o nuevas fuerzas que sepan entrar en relación con las masas socialistas, comunistas y con el proletariado en general. Si no se acomete esta tarea seguirán su curso sin intervención del proletariado”.

Antes de que terminase el año 1933 muy probablemente era Eugenio –a quien corresponderían las siglas E.F.- quien escribía en forma de “Notas” un breve artículo de poco más de dos páginas en el que daba a conocer el “caso Serge”, la detención por parte de Stalin del escritor y revolucionario belga de origen ruso Víctor Serge (13). Al tiempo que en este artículo se daba a conocer la detención de Serge y su deportación a Siberia en enero del mismo año 1933, se informaba de la campaña a favor del escritor que se estaba desarrollando en diferentes países europeos y especialmente en Francia, y se denunciaba la situación de persecución que estaban sufriendo los oposicionistas rusos en vistas a organizar un magno proceso en contra del trotskismo, bajo la acusación de sabotaje :

“Ahora Stalin parece que prepara una faena de mayor envergadura. En estos meses se está procediendo en la URSS a la “depuración del Partido”. Ya sabemos lo que estas “depuraciones” significan : operaciones que se hacen para mantener el Partido reducido a nada, privado de voluntad y de pensamiento. En esta “depuración” surgen los “trotskistas” conscientes o inconscientes por todas partes. Queremos decir que en cuanto la Oposición encarna las tradiciones y el pensamiento comunistas, todo brote de pensamiento, toda crítica, es al instante perseguido y condenado por “trotskismo”. Así se encuentran, tanto en el partido ruso como en los demás partidos, multitud de militantes que, aun esforzándose en huir de las “posiciones trotskistas”, se encuentran, sin embargo, acusados de ellos. Hasta en la sopa –partiendo del supuesto de que acostumbre a tomar sopa- encuentra Stalin “contrabando trotskista””.

Estas líneas escritas en 1933 eran premonitorias de lo que acontecería sólo tres años más tarde, cuando el “trotskismo” se acabó convirtiendo en una auténtica obsesión para Stalin y para el stalinismo y cuando, además, el “trotskismo” pasó a ser sinónimo de contrarrevolución y de filofascismo.

Eugenio F. Granell y la formación del POUM

Los acontecimientos posteriores a 1933 iban a ser decisivos en el desarrollo de los acontecimientos españoles y también en la militancia de Eugenio F. Granell y en la historia posterior de las organizaciones comunistas. En noviembre del mismo año 1933 las elecciones generales dieron el triunfo a las organizaciones del centro republicano y de la derecha : los radicales de Alejandro Lerroux y la CEDA de Gil Robles dispusieron de mayoría parlamentaria y desde el gobierno los lerrouxistas  iniciaron una política claramente antirreformista cuyo objetivo era frenar y desmantelar la tarea que había realizado durante el primer bienio republicano la coalición republicanosocialista. La respuesta a estas elecciones fue inmediata : mientras los anarquistas protagonizaban una nueva insurrección en diciembre de 1933, desde Cataluña se constituía la Alianza Obrera, la concreción del frente único formado por la mayoría de las organizaciones obreras y que debía frenar el ascenso del fascismo en España. El fenómeno muy pronto se extendió a toda España y se crearon Alianzas Obreras en todas partes, mientras a lo largo de 1934 se iban radicalizando las posiciones que culminaron  en octubre de 1934. La entrada de la CEDA en el gobierno de la República, que amenazaba la propia existencia del régimen republicano y que permitía que en España se reprodujera la situación que se había vivido en Alemania en enero de 1933,  acabó provocando una huelga general, la revuelta de la Generalitat de Cataluña y una auténtica revolución obrera en Asturias. La represión gubernamental que siguió a estos movimientos  fue muy intensa y obligó a todas las organizaciones de izquierda y obreras a no bajar la guardia, puesto que era evidente que la República se hallaba definitivamente amenazada, como acabó evidenciándose a partir de febrero de 1936. Las elecciones de este mes dieron la victoria al Frente Popular, la nueva coalición de republicanos de izquierda y organizaciones obreras, pero no evitó que un sector del ejército español iniciase un proceso conspirativo que llevó, en julio de 1936, al estallido de la guerra civil.

En este contexto histórico que acabo de resumir, la militancia de Granell siguió la lógica de las posiciones que había defendido hasta ahora. Aunque no hemos hallado ninguna nueva colaboración escrita en la prensa de la Izquierda Comunista –hasta octubre de 1934 se siguió publicando “Comunismo”- mantuvo sus directrices militantes. Cabe recordar que ya en su artículo del mes de agosto de 1933 había situado a Lerroux “a la cabeza de la reacción clerical y agraria” (14). Y cuando en mayo de 1934 se constituyó en Madrid la Alianza Obrera, se incorporó al nuevo organismo con el mismo impulso y entusiasmo que a lo largo del año anterior había defendido el frente único.

Tras los acontecimientos de octubre de 1934 la Izquierda Comunista se enfrentó a una nueva situación política. A partir del mes de febrero de 1935 se habían iniciado desde Cataluña las conversaciones entre los distintos partidos que se reivindicaban del marxismo para plantearse su posible unificación : si antes de octubre de 1934 se había hablado de “unidad comunista” ahora se había ampliado el espectro político y se hablaba de “unificación marxista” (15). En las conversaciones participaban desde el Bloque Obrero y Campesino hasta la Izquierda Comunista, pasando por la Unió Socialista de Catalunya, la Federación Catalana del PSOE, el Partit Comunista de Catalunya y el Partit Català Proletari. Muy pronto se puso de manifiesto la coincidencia de objetivos que mostraban el Bloque Obrero y Campesino y la Izquierda Comunista y que, en un proceso relativamente corto, en septiembre de 1935, llevaron a la formación del Partido Obrero de Unificación Marxista.

Hasta llegar a este momento, sin embargo, la Izquierda Comunista tuvo que renunciar a seguir las directrices de Trotski, que animaba a las distintas secciones nacionales de la oposición a hacer “entrismo” dentro de los partidos socialistas. Ya en octubre de 1934 los trotskistas españoles se opusieron de manera unánime a esta estrategia que habían seguido sus camaradas franceses. Y cuando el proceso de unificación se hallaba bastante avanzado en Cataluña, el Comité Ejecutivo de la ICE  llegó a proponer que el nuevo partido unificado sólo se constituyese en Cataluña, mientras que el resto de secciones de la ICE entrasen en el Partido Socialista. En este punto la sección de Madrid fue la primera en oponerse a esta nueva estrategia, que finalmente se abandonó para defender la constitución de un nuevo partido –el POUM- de ámbito español.

Que Granell se implicó abiertamente en esta última fase del proceso parece evidente por las informaciones que disponemos. Por una parte, el núcleo madrileño, encabezado por Juan Andrade, fue de los más beligerantes en la defensa de la unificación. Disponemos, además de una información adicional extraordinariamente significativa : en julio de 1935 –cuando se había decidido ya el proceso de unificación pero aún faltaban más de dos meses para que culminase- Eugenio fue detenido con otro militante de la Izquierda Comunista de Madrid, Alberto Aranda, por estar distribuyendo paquetes de “La Batalla”, el órgano del prensa del Bloque Obrero y Campesino (16).  El proceso de unificación se hallaba muy avanzado y al cabo de poco tiempo Granell se convertiría en uno de los militantes más activos de la sección madrileña del POUM. Y así siguió hasta el final de la guerra, cuando la derrota de la República le obligó a vivir un largo exilio (17). Pero este es ya otro período de su vida.

Notas

(1)  He estudiado la recepción de los conflictos rusos en el seno del Partido Comunista de España en mi libro  Historia del Partido Comunista de España (1920-1930). Ed. Hacer. Barcelona, 1977.

(2)  He analizado con detalle el proceso organizativo de los primeros trotskistas españoles en el libro El movimiento trotskista en España (1930-1935). Ed. Península. Barcelona, 1977.

(3)  La información sobre la expulsión de ambos, junto a otros militantes, aparece en “Comunismo”, nº 26, julio de 1933, pág. 33. La información hace referencia a los acontecimientos alemanes que habían auspiciado el ascenso al poder de Hitler en Alemania y a la bancarrota sufrida por el Partido Comunista alemán, que habían agudizado el espíritu crítico de la juventud frente a las verdades absolutas que defendía la ortodoxia comunista.

(4)   La detención de los tres militantes fue denunciada en  “El Soviet”, nº 4, de fecha 12 de mayo de 1932 :  La persecución de los comunistas de izquierda. Tres camaradas detenidos en Madrid.

(5)  E. Fernández Granell : La “disciplina” en las juventudes oficiales fuente de graves errores, “El Soviet”, 9 de junio de 1932. Todas las citas que publicamos a continuación proceden de este artículo.

(6)  La información sobre esta asamblea apareció en “Comunismo”, nº 23, abril 1933, págs. 181-183.

(7)  Ver la información de esta nueva asamblea que aparece en  “Comunismo”, nº 23, abril 1933, págs. 183-184.

(8)  Puede consultarse el artículo en “Comunismo”, nº 27, agosto 1933, págs. 79-83.

(9)  Sobre el BOC existe la obra, clásica ya, de Francesc Bonamusa: El Bloc Obrer i Camperol. Els primers anys (1930-1932).  Ed. Curial. Barcelona, 1974. Y más recientemente el completo trabajo de Andy Durgan :  BOC, 1930-1936. El Bloque Obrero y Campesino. Ed. Laertes. Barcelona, 1996.

(10)  “Heraldo Obrero”, 7 de marzo de 1931.

(11)  En “Comunismo”, nº 21,  febrero 1933, páginas 78-81.

(12)  Este proyecto de tesis se publicó en el “Boletín Interior de la Izquierda Comunista de España”, nº 5, 20 Noviembre de 1935. Páginas 16-19.

(13)  Estas Notas. El caso Serge fueron publicadas en “Comunismo”, nº29, octubre 1933, páginas 189-191.

(14)   Ver su artículo El Partido Comunista y el fascismo, en “Comunismo”, agosto 1933. La cita en la página 81.

(15)  He estudiado el proceso de la unificación marxista en mi libro: El movimiento troskista en España (1930-1935), págs. 259 y siguientes.

(16)  La información aparece bajo el título «Detenciones en Madrid», en “La Batalla”, nº 210, del día 26 de julio de 1935.

(17)  A partir de la constitución del POUM Eugenio se convirtió en colaborador habitual de la prensa del nuevo partido. El primer artículo que hemos localizado en “La Batalla” lo publicó el 11 de octubre de 1935 con el título «Las relaciones del movimiento obrero con la pequeña burguesía. Contra el fascismo Alianza Obrera». Unos días más tarde, el 25 de octubre de 1935 escribió «Posiciones obreras. ¿Cuál es el camino?». Y el 15 de noviembre de 1935 su artículo llevaba por título «La guerra imperialista y la revolución proletaria». Sus colaboraciones fueron habituales a lo largo de los meses en que se desarrolló la guerra civil y, ya como militante del POUM, publicó también el folleto El Ejército y la revolución. Ed. Marxista. Barcelona, 1937.

Sobre el autor: Pagès, Pelai

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