Prólogo a El insurrecto (L´Insurgent), de Jules Vallès, Ediciones Proa, Barcelona, 1935, traducción del catalán por Pepe Gutiérrez-Álvarez
Jules Vallès nació en Puy-en-Velay (Haute Loire) el día 11 de junio de 1832. Su padre, que hacía de maestro de estudios, era un hombre taciturno y malhumorado. La madre, una simple campesina, era una mujer ignorante y brutal, que maltrataba cruelmente a sus hijos. Jules tenia seis hermanos. Sostener nueve bocas con un pequeño sueldo de su padre tenía que significar forzosamente la indigencia.
Esta infancia hambrienta y dolorosa no podía por menos que predisponer a Vallès -como ha dicho Gastón Picard- «a considerar la familia y la sociedad con una sonrisa»- , y dejaron un pozo profundo en su alma y contribuyó poderosamente a formar el futuro revoltoso y refractario.
A los 18 años, cuando terminó el bachillerato en Nantes, se marchó a Paris, a la búsqueda de una forma de existencia independiente y de un medio, más adecuado que el de la tranquila ciudad bretona, para su temperamento inquieto. Desde el primer momento, empero, tuvo que sostener una lucha desesperada para ganarse el pan, mientras que por la orgullosa independencia de su carácter se le cerraban muchas puertas. El Barrio Latino se convirtió en su campo de acción preferido. Ligado a con la juventud avanzada y renovadora, hace sentir su voz de revuelta contra la literatura acartonada y oficial, ataca sin contemplaciones los valores consagrados, actúa en las sociedades secretas, participa en manifestaciones tumultuosas y en complots, lucha en las barricadas contra el golpe de Estado de Napoleón III. Su, padre, espantado, lo hace pasar por loco, y el 31 de diciembre del 1851 lo encierra por la fuerza en el manicomio de Nantes, del que saldrá dos meses después gracias a la intervención de sus amigos.
De regreso a París, Vallès reemprende su actividad anterior, ingresa, para abandonarla pronto, en la Facultad de Derecho, ofrece lecciones particulares, pasa una vida de privaciones inauditas, que le obligan a aceptar una plaza de instructor en Caen. La sumisión y la obediencia son, sin embargo, ajenas a su carácter, la atmósfera del Instituto le asfixia. Su participación directa en una protesta de los estudiantes le lleva a perder el cargo.
Vallès renuncia, a la enseñanza de una manera definitiva con tal de consagrarse a la literatura y al periodismo.
El 1857 publica su primer libro, L´argent, que es un panegírico sarcástico del dinero. Más tarde, colabora en La Liberté, en Le Figaro, en L’ Evénement, en Globe, y obtiene una modesta plaza en la alcaldía de Vaugirarard, que también se ve obligado a dejar, para trabajar para el diccionario Larousse. En 1867, lanza un periódico, La Rue, en el que se hace notar la evolución de Vallès, que hasta entonces, había manifestado un odio instintivo a la burguesía, hacia un socialismo sentimental y constestatario. En 1868 es condenado a un mes de prisión por un articulo en el Globe; otro del Courrier de L’ Interieur le cuesta dos meses. En 1869 es candidato de la «miseria» a la Asamblea Legislativa, funda Le Peuple, entra en La Marsellaise de Rocheforf, toma parte muy activa en el entierro tumultuoso de Víctor Noir, asesinado por Pierre Bonaparte. El año 1870 actúa como comandante en un batallón de la Guardia Nacional y uno de los elementos que contribuirá de una manera más activa a la lucha contra los republicanos burgueses de izquierda y el Gobierno de Defensa Nacional, al cual le opone la “Comunne”.
Por esta intervención en la tentativa del 31 de octubre para proclamarla, será condenado a medio año de prisión, pero consigue escapar a la acción de la justicia. El mes de febrero de 1871 lanza Le Cri du Peuple, en el que preconiza la conciliación de las diversas fracciones socialistas. Esta posición le conducirá a una actitud prácticamente oportunista durante la “Commune”, de la cual fue elegido miembro el 26 de marzo. Con todo, Vallès combate ardientemente al lado del proletariado parisino, lo que le valió una condena a muerte por rebelión.
Cuando los versalleses entraron en París, Vallès, después de una serie de episodios dramáticos, consigue refugiarse en la casa de unos amigos de la capital, y después en la Aisue, desde donde logra atravesar la frontera belga y refugiarse en Londres, donde residirá hasta la amnistía de 1880. Desde el exilio, proseguirá colaborando en la prensa parisina, aunque sea a través de pseudónimo, retoma la publicación de La Rue, suspendida al cabo de cinco números, e imprime un libro, L´ Enfant (Jacques Vingtras), que lleva la firma de Jules Pascal.
Al regresar a París, colabora en numerosos periódicos -en La Justice de Clemenceau, en La Nouvelle Révue, en Le Matin, etc., etc- y en 1883 retoma la publicación del Le Cri du Peuple.
Sin embargo, su saluda estaba ya muy quebrantada, y el 14 de febrero de 1885 Vallès fallecía en los brazos de le escritora Severine que, a finales del mismo año, lo había trasladado al apartamento que ocupaba con su marido, el doctor Guebhard.
El entierro fue una manifestación imponente. Más de sesenta mil obreros acompañaron el ataúd de Jules Vallès al grito: «Viva la Commune!».
Vallès únicamente tenia una aspiración: ser escritor del pueblo, padecer con sus sufrimientos, entusiasmarse, compartir sus entusiasmos, compartir sus glorias y sus dolores i expresarlos en un lenguaje que, bueno e impregnado de la savia popular, conservara toda la dignidad y la perfección artísticas. Odiaba al escritor de gabinete, insensible a la miseria y a la opresión, al esteticista estéril y altivo de los literatos que consideran el arte como algo que encuentra por encima de las luchas que mueven a los hombres. «El arte, a mi entender -decía- puede dirigir los destinos de un pueblo. Es el inspirador soberano de los sentimientos que determinan las derrotas merecidas o las victorias justas. Es a los que se ocupan de las causas del espíritu que corresponde la misión y el poder de hacer un pueblo libre”. ¿Independencia del arte?. Los que la reivindican “no han sabido ser ni simples ni justos”. Para enseñar al pueblo, ha que mezclarse con él. Mientras que el pueblo lo ha dado todo por la conquista de la libertad, “los gentilhombres del espíritu no han aportado nada” y “llevan la percha de la vanidad estéril o de la timidez culpable”. La literatura no ha de ser una cosa muerta, o ha de ligarse al pasado, ha de ver alguna cosa más que “santos y héroes, imágenes de la fe y la tradición”. “Hay que mirar para adelante y no hacia atrás”. “¡Hay que estudiar la vida y no la muerte!”.
El arte popular que preconiza Vallès, sin embargo, no es un arte unilateral y resecado, un arte “de partido», sino que es un arte puro y simple, que es tanto como decir un arte palpitante y viviente, que sea al mismo tiempo un reflejo y un factor activo, una creación estética y un medio par elevar el pueblo hacia la comprensión de la belleza. He aquí, un ejemplo de la insuperable elocuencia y la magnífica precisión con el que el propio Vallès define su concepción del arte:
«La humanidad se agita y se debate, lanza al cielo sus gritos de aflicción o de alegría, de dudas o de esperanzas. El común de los hombres sufre pasivamente, las leyes fatales de la pasión o del azar; muchos apenas si son conocidos. En la mayoría, la sensación dura un momento y huye, irreflexiva y loca, como un relámpago; si sobrevive al accidente y deja rastro en el alma eso no quiere decir que el paciente sepa contar esta historia y ofrecer un beneficio al mundo con sus felicidad o con sus sufrimientos».
«El artista, al contrario, no se contenta con emocionarse. Su alma retiene y solidifica la impresión que registra; la idea se amolda, los sentimientos toman cuerpo…»
«Por lo tanto, hay que ser sensible hasta el exceso ante las emociones que vienen, haber visto cuando los otros miran, sentir cuando la multitud escucha y saber ofrecer palpitando todo este panal de pensamientos y de emociones con tal de alumbralos un día a peno sol. He aquí la misión y el don del genio».
«El artista vibra con todas las alegrías, sufre con todos los dolores. En su punto de vista se refleja, los espectáculos hermosos y los espectáculos malos; en su corazón, profundo como el asiento de un río, tropiezan, mientras corren, las pasiones humanas. Más feliz por lo general que los otros, esta profunda sensibilidad, permanece en sus recuerdos ardientes o tibios, a los que el viento de la inspiración se escapan con las llamas claras de una obra maestra».
Este gran escritor revolucionario fue, por encima de todo, un gran artista. Su obra es la demostración más clara de que realizar “arte popular” no significa rebajarse hasta el plebeyismo, sino que a partir de todo aquello que hay de profundamente humano y de bello en la vida desde abajo, consigue elevarse a las alturas de la creación artística. La excelencia de esta creación artística es tan evidente en Vallès, que la obra de este revoltoso, de este insurgente indomable, ha merecido el elogio de un hombre políticamente tan reaccionario como León Daudet. “Vallès -dice Daudet- forma en cierta manera el puente entre el romanticismo de Los miserables y el realismo truculento de Zola y del Huysmans de la primera época. Su frase es más densa que la de Zola, más enardecedora que la de Huysmans, repleta de gritos, de extremismos, de apóstrofes y, de tanto en tanto, bajo el aspecto vigoroso, de una belleza sobria y desnuda. En una palabra, un señor, como decía Flaubert”.
Desde la distancia de cincuenta años, la obra de Jules Vallès conserva, fundamentalmente, toda su gran vigor. La “nota personal” que, según Zola, caracterizaba su estilo sigue resonando en nuestras orejas, como decía el gran novelista, como un tono de clarín. Con motivo del cincuentenario de su muerte, la prensa francesa han rendido un homenaje unánime este escritor originalísimo y remarcable, un tanto olvidado injustamente por la generación actual. Es un honor para las letras catalanas asociarse a este homenaje publicando una de las obras más características de Vallès.
L´Insurgent cierra la trilogía de Jacques Vingtras, compuesta, aparte de esta obra, por El niño y El bachiller, y es, indudablemente, la mejor producción del autor. La obra, que tiene un carácter autobiográfico, es no obstante una novela con todos los puntos y las íes, que nos lleva a la época turbulenta que Vallès vivió intensamente, a las postrimerías del segundo Imperio y de la “Commune” de Paris. El estilo se distingue por su originalidad deliberada, la extraordinaria riqueza de expresión y la abundancia de palabras, con abundantes giros populares, una parte de los cuales han desaparecido del lenguaje corriente. Sobre todo al evocar los años escolares, Vallès consigue, por la fuerza de su arte, hacernos revivir la emoción profunda de los momentos dramáticos de los que fue testimonio y actor. El único obstáculo que, en este sentido, podría encontrarse al lector, son las numerosas referencias de acontecimientos y personajes, demasiado lejanos de nuestra época. Con tal de ayudar a vencerlos, ofrece notas esclarecedoras siempre que lo considera necesario para la comprensión del texto.
He aquí, para acabar, la lista de les obras de Jules Vallès, algunas de las cuales fueron publicadas después de su muerte: Els diners (Los dineros, 1857), Els Refractaris (Los refractarios, 1886), El carrer (La calle, 180’6), L’Infant (El niño, 1879), Els fills del poble (Los hijos del pueblo, 1879), El BatxilIer (El bachiller, 1881), El Carrer a Londres (La calle en Londres1884), L’Insurgent (El insurgente, 1884), Les Bruses (Las blusas, 1919), Els Mots (Las palabras, 1920), Records d’ un estudiant pobre (Recuerdos de un estudiante pobre, 1931), L’aspecte de París (El aspecto de País, 1932), Un Gentilhome (Un gentilhombre,